Enrique Guzmán

Guadalajara, México, 1952 – Aguascalientes, México, 1986

Reflejo, 1974

Óleo sobre lienzo
40 X 50 cm

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Reflejo

Enrique Guzmán destacó como pintor con tan sólo diecinueve años de edad. Su obra atrajo la atención de la crítica por presentar una pintura que se desmarcó por completo de sus contemporáneos, creando una estética y temática particulares. Técnicamente, su factura es la de un artista con una formación rigurosa y tradicional. Inició sus estudios en el Centro de Artes Visuales de la Casa de la Cultura en Aguascalientes, donde fue alumno de Alfredo Zalce y Alfredo Zermeño; posteriormente se trasladó a la Ciudad de México e ingresó a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”.

Para Guzmán, el perfeccionamiento técnico en su práctica se vuelve una de sus primeras obsesiones. Su trabajo se resuelve de forma metódica, con un estudio constante de las texturas, la composición y la aplicación del color. Se interesó por explorar la memoria y generar asociaciones conscientes de las que estableció una serie de símbolos. Por esta razón es que algunos identifican una cercanía en su trabajo con el surrealismo, cuando en realidad se trata de cierta ambigüedad como resultado de la mezcla de categorías temporales y espaciales.

Su obra no se puede comprender del todo sin considerar su vida privada. Enrique Guzmán fue una de esas personas solitarias que no logran desmarcarse de sus afecciones; profundamente pasional, toda su producción es básicamente una proyección de sus tormentos. Su trabajo es una traducción de su pensamiento a través de apariencias y signos; yuxtaposiciones irónicas y metáforas visuales dan cuenta de un hondo sentimiento de melancolía e insatisfacción. En su primer periodo, Guzmán creó cuadros en los que aparecen objetos aparentemente dispares; estos conjuntos tenían como hilo conector el humor negro. Lo anterior generó gran impacto tanto en los conocedores como en el público en general, principalmente por la incorporación del lenguaje kitsch como medio de expresión. Sus pinturas tenían una extraña composición que iba de lo nostálgico hasta lo pesimista, con cierta apariencia naíf.

En sus obras se identifica una profunda intuición sobre el manejo de los recursos simbólicos para expresar la inestabilidad de las relaciones entre imagen real y su significado, al tiempo que se aprecia influencia de la poética de René Magritte. Una constante que aparece tanto en su obra temprana como en sus últimas piezas es la ironía. Guzmán interviene temáticas formales en la pintura, como la naturaleza muerta, el paisaje, el retrato, el emblema y el autorretrato, falseando el sentido original de sus motivos hasta reducir su realismo a engaño y su representatividad a signos que corresponden a imposturas del pasado.

El tono sarcástico de Guzmán sin duda revela sintomáticamente algunos de sus principales traumas. En La felicidad, la composición de la realidad aparece fragmentada e intervenida en cuanto a orden y escala, recurso común en su práctica. La obra constituye una sátira en la que el artista se mofa de los estereotipos de la felicidad, lo ideal y la perfección. Pertenece a la serie El destino secreto que posee una gran fuerza plástica por la precisión absoluta con la que el pintor dramatiza enigmas personales en diferentes situaciones existenciales, una suerte de aseveraciones sobre la condición humana.

Hombre flotando se vincula a un sueño recurrente en el que Guzmán ubica a una figura masculina con traje y corbata en constante caída, imagen que alude a un fracaso de la vieja modernidad y a la figura paterna ausente. Por otro lado, obras como Estigma son una especie de sublimación del dolor psicológico.

Enrique Guzmán se suicidó en 1986; años previos a su muerte destruyó muchas de sus piezas. Su obra atestigua una visión aguda y crítica de la realidad, en la que no tienen cabida las imposturas y simulaciones.